Todas esas pequeñas desgracias

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Más que un abrevadero de preguntas, la desgracia bien puede ser la respuesta a algún cuestionamiento pasado. Una respuesta, quizá, a nuestros ojos, desproporcionada. Tal vez, algún día –cualquier día– nos preguntamos si seríamos felices; quizá si dejamos o no la plancha encendida; si existe alguna razón, aunque sea nimia, para levantarse todos los días.

Y entonces llega la respuesta. De golpe, como un meteorito o un terremoto que, sin querer, lo destruye todo. Como una… como una desgracia.

Quizá tan desprevenida como fue la pregunta es la respuesta. Quizá, igual de inútil. De qué sirve tener una respuesta cuando se desconoce la pregunta. Tal y como sucede en «Guía del Viajero Intergaláctico» cuando los seres más inteligentes del universo deben arreglárselas con un «42» como la respuesta última del universo. ¿Cuál es la pregunta correcta? Hasta ahora, para eso, no hay respuesta. Quizá una desgracia que, tratando de dar respuesta, se convierta en abrevadero de nuevas preguntas.

Sin embargo, cabe la posibilidad de que la desgracia, en sí misma, guarde un remanente de la pregunta que lo originó todo. Las desgracias –incluso la suma de todas esas pequeñas desgracias– tienen un sabor distinto. Porque no es la misma aquella que provoca el azar y el infortunio que aquella que parece venir con la inercia del brazo. Todas tienen un sabor, un olor, un candor peculiar que pareciera recordarnos su pregunta, con la misma fugacidad del sueño que se escapa al despertar.

¿Cómo leer una desgracia? ¿Cómo entender la pregunta que conlleva? No lo sé. La desgracia golpea mi cabeza y la única acción coherente que se me ocurre es seguir delante. ¿Por qué, para qué? Ni yo lo sé. Pero de nada sirve quedarse. Da lo mismo. Y seguir aunque sea tiene el consuelo de dejar atrás el día, de dejar atrás la noche. De seguir, aunque sea para encontrar otras desgracias.

Toda desgracia se termina. Quizá ahí comienza la respuesta de la pregunta. Una vez terminada puede que sólo quede mirar sorprendido que la respuesta no justificó la destrucción masiva; que la pregunta era demasiado pequeña y la respuesta irrelevante. Pero puede que sea lo mejor que nos haya pasado. Puede que la desgracia sólo abra la puerta que uno pensó se cerraba. Puede que la desgracia sea tan sólo el inicio de una respuesta que iluminará un buen trecho del sendero. Aún y cuando sea el sendero ya recorrido.

Un comentario en “Todas esas pequeñas desgracias

  1. katherine

    La desgracia golpea mi cabeza y la única acción coherente que se me ocurre es seguir delante. ¿Por qué, para qué? Ni yo lo sé. Pero de nada sirve quedarse. Da lo mismo. Y seguir aunque sea tiene el consuelo de dejar atrás el día, de dejar atrás la noche. De seguir, aunque sea para encontrar otras desgracias. ( voy a encontrar ese consuelo, el que me ayude a mover un pie delante del otro, asi el cuerpo se niegue a continuar e insista en fundir los fusibles para poder iniciar marcha porque quiza quiere que todo se detenga y asi mismo se apague…)

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