Encuentros y desencuentos

Estándar

Dicen que un poco de miel atrae más moscas que el vinagre. El problema será, después de un tiempo, deshacerse de las moscas. Si bien las posibilidades de conocer a alguien son elevadas en la vida diaria, a través de la internet parecen multiplicarse. Pero «más», a veces, puede significar menos: el aumento en el número de encuentros también eleva exponencialmente el de desencuentros. No coincidir, diverger, e incluso no coincidir en la percepción de dicha divergencia pueden convertirse en el nuevo sinónimo de una «cita a ciegas».

Un perfil idoneo, en la página adecuada, puede provocar un alud de invitaciones a conocer desconocid*s. Y, aunque para algun*s solitari*s pueda parecerles algo atractivo, lo cierto es que la mayor parte de estas personas terminarán detentando el mismo título con el que ingresaron a su vida: el de desconocid*s. Nuestras habilidades de interacción parecen haberse mellado con el paso de los nuevos tiempos, empobreciendo las múltiples posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías.

Parece ser que hemos subordinado la experiencia de «conocer» al principio de «encontrar lo que de antemano se buscaba». Es decir, en vez de ver qué hay, buscamos si en dicha persona existe lo que queremos encontrar puntualmente; la búsqueda de un «original», o en léxico más nuestro de una/un «princesa/ipe azul».

¿Será esto un fenómeno de vivir en un mundo que nos ofrece la ilusión de darnos servicios » a nuestra medida»?

Noto en mí que a lo largo de los años mis búsquedas por «conocer gente» (para tener sexo, para entablar una amista o, incluso, una pareja) se han vuelto más estereotipadas. Las mujeres o los hombres «deben» de ser/verse/pensar/actuar de cierta manera; una manera que obviamente es muy similar a la mía. Pensar en que podría entablar intimidad con un hombre a quien le guste Shakira o una mujer para quien sea prioridad ir al Salón de Belleza (y no el del de Bellatin, eh) rompe mis esquemas.

Sin embargo, cuando pienso en las relaciones sentimentales que he entablado a lo largo de mi vida, me doy cuenta que aquellas personas con quienes me involucré orbitaban en mundos muy distintos al mío ¿Qué tenía yo que ver con una psicoterapeuta, cuando soy acérrimo enemigo de la clínica? ¿O qué tendría que ver con un reportero cuando desprecio al periódico por su ser-efímero? Nada. Y eso fue lo interesante.

En los últimos meses rompí ciertos tabúes personales. Conocí a una chavito de veintiún años con quien me la he pasado riendo. A una jotita que, aunque en un principio me sacaba canas verdes, terminó por hacerme pasar una buena tarde. A un educador de San Martín que, aunque en internet parecía ser hosco, terminó por hablar bajito y compartir mis ideas en torno a cómo nos hemos vueltos desechables.

Hasta ahora comenzar por tolerar para proceder a aceptar y encontrar convergencias en vez de únicamente quedarme en las divergencias me ha ayudado de forma extraordinaria. Han sido encuentros reales, donde estas personas también, a cambio, han soportado mis deficencias, mis prejuicios y mis clasismos involuntarios. En cierta forma me he sentido re-conocido en el otro, y me he encontrado… y me he encontrado mejor.

Estos hechos me han dado luces sobre fenómenos pasados. Sobre desencuentros. Sobre encuentros que nunca lo fueron, por mucho que me propusiera que lo fueran, o que imaginara que lo fueran. A veces uno no es visto por quien quiere uno ser visto; pero si uno alcanza a dominar la temporal frustración ante dicho hecho se da cuenta de que en realidad no quiere ser visto por aquellos que no lo ven. En horabuena por el mundo.