Hay que guardar las formas (en una caja)

Estándar

I

Perdonen la indiscreción, pero no soy el hijo pródigo.
Nunca he recibido una herencia.
Ni he dilapidado fortunas hasta sólo tener a puños bellotas para los cerdos.
Perdonen, me están confundiendo.
No soy ése.
Yo nunca me he ido.
Ustedes son quienes se fueron.
Ustedes son quienes regresaron.
Yo -insisto- nunca me he dio.
II

Para qué guardar las formas si uno puede empacarlas en una caja -preferentemente de jabón Roma- y sellar con cinta todas sus aristas. Guardarlas y apilarlas en un cuarto -si quieres, llámalo covacha-, junto a otros triques: el abrazo hipócrita de navidad, el catálogo de gustos culpables, los malos recuerdos (y los buenos -ambos, estorban por igual). Cierra la puerta tras de ti; no le pongas llave y recurre al cuarto -covacha, le llamas- una vez al año. Guarda las formas (en una caja) pero no las tires; no te deshagas de ellas -¡liberal!-, guárdalas porque uno nunca sabe cuándo serán necesarias. Uno nunca sabe cuándo morirá una tía…
O si una lluvia de familiares se dejará caer, arruinando un día de campo.
No hay forma de saber si las necesitarás para navidades, o día de muertos.
Guarda las formas (aunque sea en una caja) y procura no tenerlas a la mano. Piérdelas, pero siempre dentro de un cuarto bien delimitado( si es a oscuras mejor -no lo temas, ponte en cuatro-), o en un perímetro de confianza. Mira que es posible perder las formas (dentro de un cuarto) cuando un las guarda (dentro de una caja).
Neta, esto no es un juego de palabras…

III

Tal vez sí soy el hijo pródigo.
Pero qué te hace creer que estoy regresando…
Tal vez aquí es donde viene a perderlo todo.
A gastar una herencia.
A cambiarla por puños de bellotas para alimentar cerdos.
Cómo sabes que soy el hijo pródigo y que he regresado.
Esto apenas es el principio del viaje.
Welcome to the House of the Rising Sun…
IV

Disculpen la descortesía; pero fue la forma más educada de decirles esto. Ahora, brindemos: ¡Por el viaje!