Lo que en un principio pensé se trataba de un hecho aislado, producido por la ingenuidad (estupidez, diría ella) y el hartazgo de una tarde de invierno en el valle del Anahuac, resultó ser un rito de iniciación que marca el doloroso paso de la adolescencia a la adultez. Así es, K. ha dejado de ser un sombrio y atormentado adolescente sartreano para convertirse en un -horror- joven adulto contemporáneo (¡posmo, posmo!).
Encontrábamos sentados en un jardincillo público -sí, como el par de abuelos juveniles que somos-, observando las sutilezas de la anatomía femenina en movimiento, cuando, después de encender un cigarro, el señor K. notó con sumo desagrado que su pantalón de mezclilla -que databa de sus tiempos pre-universitarios (ya llovió)- tenía esas mechitas en la base que estuvieron muy de moda en los noventa pero que ahora nos hacen ver como los andrajosos resuidos de la postrimería del último siglo. Así que, presto y vanidoso, nuestro pasante de historiador (y filósofo de clóset) prendió fuego a las mechitas…
Aquí es prudente mostrar lo que A) K. pensaba ocurriría y B) lo que ocurrió en realidad. Pasemos al punto A)
K., tomando como premisa el recuerdo preparatoriano de que uno quemaba los hilos sueltos de sus morrales coyoacaneros sin grandes consecuencias,salvo la achicharración de dichos pelillos, procedió a pensar «Morral de tela = pantalón de mezclilla», ergo, ¡Adiós mechitas noventeras!
Ahora pasemos a B)
Estoicamente, K. observó cómo en verdad las mechitas desaparecían… ¡pero dándole vida a una llamarada! la cual, lentamente comenzó a recorrer la pierna de su pantalón. Esto provocó que -aún estoico- dijera: «se siente caliente». Yo no estoy hecho de palo, así que solté un grito ahogado de quinceañera que lo hizo reaccionar y gritar también. Comenzó a azotar, inutilmente, el talón contra el suelo. Y después, seguramente debido a sus visitas a parques nacionales gringos, nuestro historiados comenzó a echarse tierra mientras me maldecía y amenazaba, irritado -creo- porque casi me miccionaba de la risa.
Oh sí. Pero no, no es un hecho aislado. Investigando en internet, me encontré con la yuxtaposición de ritos para bienvenir la adultez: el de incendiarse las prendas mezclado con los quince años. Hélo aquí:
Oh sí, una costumbre más de nuestro México posmo. ¡Ah! Y para todos aquellos que se preguntan por la edad del sujeto. Sí, damas y caballeros, rebasa ya los 25 años. Es todo lo que diré. ¡Felices trazos!