Retórica del silencio

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I

Sócrates, el sabio de occidente, dijo a sus contrincantes: «Yo sólo sé que no sé nada». Contraatacaba fuego, con fuego. Si los sofistas elaboraban complicados laberintos lingüísticos a través de la retórica, con toda la intención de perderlo en ellos, él hacía uso de la misma herramienta para derrumbar sus paredes y sinsentidos lógicos. Afirmar que únicamente se sabe que no se sabe nada implica una profunda contradicción lógica: si «nada se sabe», lo lógico es que «nada se sabe»; pero, «saber que no sabe» ya es saber algo. Mismo juego de palabras realizaban los «sabios» (sofista proviene de sophia, sabiduría), donde afirmaban que «La verdad no existe» (si la oración anterior es verdad, el contenido de la misma la invalida).

La intención de Sócrates al utilizar este artificio era hacerse pasar por ignorante; o, peor aún, volverse ignorante cometiendo un error visible a todas luces, especialmente si se le aplicaba el mismo rigor lógico que él aplicaba a todos los razonamientos. Este «error» intencional sólo es comprensible cuando uno entiende que, dentro de su sistema de pensamiento, únicamente quien es realmente ignorante es capaz de acceder a la sabiduría: un vaso no se puede llenar si previamente no estuvo vacío. Equivocarse, y partir de la equivocación, parece ser el primer paso para acceder a la sabiduría. Incluso la filosofía platónica parece levantarse de los restos de la creada por los sofistas (si puede recibir tal calificativo): Platón parte de las enseñanzas de su maestro, y su maestro aprende a partir de los errores de los otros; se acerca a la Verdad a partir de señalar la mentira y el error. La filosofía socrática es en buena medida una respuesta a la retórica sofística.

Sin embargo, qué hubiera hecho Sócrates de tener frente a él a los Escépticos, escuela del periodo helenístico romano que llevó la duda socrática y el escepticismo desesperanzado sofista hasta su última expresión. ¿Cómo podría haber dialogado Sócrates con aquellos que se negaban a participar del mismo? Pirrón de Elis se sumió en el silencio ante el terrible peso de la duda: si de nada se puede estar seguro, cómo si quiera poder hablar si hacerlo ya es pronunciarse a favor de algo. Sumido en la falta de compromiso con cualquier idea y el silencio vital, Pirrón de Elis creyó encontrar el camino a la ataraxia, la inmovilidad y, por ende, la felicidad. Todo lo contrario a Sócrates quien, pensaba, la felicidad se encontraba en la sabiduría y la virtud, ambas de existencia concreta y absoluta.

¿Qué habrían hecho ambos de estar juntos? Podría haber logrado el Moscardón de Atenas sacarle conversación al natural de Elis; o podría éste haberse impuesto y orillar al mártir de la filosofía a guardar, con él, silencio eterno. La duda, en ambos, juega un papel central; pero en el primero sirve para construir una escala, para alcanzar la sabiduría; para el segundo es un modus vivendi, una condena que lo obliga a suspender todo juicio a prioiri, a hundirse en el silencio. ¿Qué hubiera pasado, qué habría salido de tal encuentro? ¿Una dialéctica del silencio? ¿Una duda absoluta? ¿Qué nacería de tal cruza de pensamientos?

II

Te preguntarás por mi silencio. Temo que sólo podré decirte que he estado callado. Miro sobre mi hombro y veo los pasados días, las pasadas semanas, los pasados meses… el pasado presente, pues; y aunque veo mi boca moverse, no veo qué dice. He hablado, he dicho, he gritado, he susurrado… he hecho todo lo anterior hablando únicamente silencio, diciendo sólo silencio, gritado y murmurado silencio. Palabras huecas y bien construidas, un yo performático, una máscara digital, un diálogo de rechinidos y tronares de tuercas bien apretadas. ¿Qué he dicho en todo este tiempo? Nada. Incluso ahora, ahora que te escribo, escribo nada: palabras que señalan, que apuntan, como flechas de caricatura, desesperadas en su señalara; ya sabes lo que dicen: «tonto es quien mira el dedo y no el cielo». Así me siento, mudito. Y no, no te preocupes, todo marcha bien con mi boca; toda esa maquinaria sigue funcionando, aparentemente, bien. El problema está en otra parte (siempre lo está ¿no es cierto?). El problema está en los significados. Analizo lo dicho en los pasados tiempo y parece que he enmudecido hablando. De tanto decir, de tanto hablar, he terminado por decir nada: un cantifleo sofisticado. Me miro con los amigos, ha-blan-do, y me miro diciendo tonterías y sin sentido, poniendo parches emocionales y dando rodeos semánticos. Me miro usando terminologías huecas, estrategias militares para detonar todo sentido en el campo enemigo: me he vuelto un borrón, un manchón de mierda en un gabinete de baño. Creo que he perdido toda capacidad de producir significados y temo que pronto ya nada signifique todo para mí… Y sin embargo, con mi poca disposición a realmente hablar, a decir ALGO, cualquier cosa que tenga tintes de ser verdadero, me he visto envuelto en una ondanada de estabilidad psicológica. No sabes lo bien que hace decirles a los demás: «estoy bien» y sonreír mientras lo haces. Supongo que en un principio era un mero artificio de retórica; ahora es un estado vital: confortably numb. No estoy mal, tampoco bien: estoy, como la silla o las piedras. El placer de la roca es la ausencia de dolor. Y por eso me dirijo a ti, que en algún momento te sentiste mueble y me recordaste a un cuadro de Dalí. Ser mueble no está del todo mal por el momento. Sobre todo cuando no sabría qué decir si tuviera boca, a quién abrazar si tuviera brazos. Pero no me creas, tiendo fácilmente a engañarme. Otro es el que habla y otro es el que escribe. No soy yo cuando hablo, no soy yo cuando escribo. Esto es una confesión del otro, como podrás darte cuenta. Dejemos descansar al Otro. Sábete mujer que ambos te queremos.

III

IV

«Se trata de recelos expresados por la persona amada, a la cual se intenta convencer por medio de las palabras, que son incapaces de expresar lo que desean; cuando éstas no obtienen el resultado apetecido, el dolor de amor que produce este recelo e incomprensión hacen que, en vez de palabras, broten las lágrimas para convencer: las lágrimas tienen, pues, un papel retórico. Se utiliza la hermosa imagen del corazón -depositario del amor- que, destilado, sale deshecho en lágrimas por los ojos, las cuales ruedan hasta llegar a las manos del amado como evidencia del amor. En este soneto sí se mantiene la pausa acostumbrada entre los cuartetos y los tercetos (de rima CDC:DCD), en los que se hace la petición que resuelve el «nudo» presentado en los cuartetos».

Georgina Sabt de Rivers – Veintiún Sonetos de Sor Juana y su casuística de amor.

http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/89142846541281696832457/p0000001.htm

V

Sócrates habla sin parar; Pirrón no lo escucha, el silencio también se guarda con los oídos. Epicuro los observa desde su jardín, podando un arbusto; él, sonríe.

Reporte de actividades

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I

Las semanas se agotan; mi tiempo en Puebla está contado. La incertidumbre crece. Es enorme, grandísima. Me he vuelto monotemático. Miro a mi alrededor y no sé de la pertinencia de adivinar gestas invisibles. Justo ahora amanece y he apagado la luz; una tenue luz azulada lo reinventa todo, justo como ahora quiero recrearme a mí mismo. Dentro de unas horas, cuando el alba haya mudado a mañana, me olvidaré de todo por un momento, cigarro en mano. Esa maldita seguridad ingenua que pone las manos al fuego susurrando: «todo estará bien». Y compréndaseme: si por algo me he caracterizado, ha sido por mis malas decisiones. Sólo espero que ésta sea el pretexto para cambiar de hábitos y motivos. Que si no lo es, lo que me matará no será el error particular, sino la larga condena de tropiezos, las buenas -y precisamente por eso- fallidas intenciones. Comrpéndaseme: lo tengo todo en juego. Y si le parece poco, entienda que poco es todo lo que yo tengo.

II

Tres breves senderos ahora están abiertos; tímidas líneas rojizas que parecen simultáneamente amanecer y ocaso. Envío restos de árboles a cada una. Trozos blanquísimos de corteza que llevan mi nombre y mis high lights personales. Ojalá calle quien sepa de antemano el score final de este encuentro; nunca he confiado en los corredores de apuestas, ni tampoco me dan confianza los videntes no solicitados. Pero por mientas, me atengo a lo mismo, a decir lo mismo, a sonreír y fingir que de antemano sé que todo irá bien. Todos creen que iré a estudiar a la UNAM, cuando ese plan hace mucho ha fenecido, cuando ahora sólo me queda asincerarme y decir lo indecible (que sí, aquí, no lo diré). Ojalá Nuestra Señora de las Nubes me acoja, me coja… me de asilo en su capital de la desesperanza que yo, con un cuarto bien iluminado y una corriente eléctrica me las arreglo siempre. Siempre.

III

Nuestra misa ha terminado, podéis iros en incertidumbre. Amén.

Días como hoy

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Hay días en que soy inapetente a la carne. Días en que la mera idea de concupiscencia me resulta intolerable. Días como hoy en que un cuerpo -cualquier cuerpo; todos los cuerpos-, me parece un suplicio vivo.

En días como hoy debería enterrarme bajo la tierra; en días como hoy no debería salir de casa.

Es en días como hoy que deambulo entre multitudes, buscando mi espíritu perdido, embarrado como mierda en el gabinete oscuro de algún baño. Es en días como hoy que me encuentras parado en la sombra, con la mirada perdida, buscando ése tiempo perdido: porque qué es el presente material sino la cristalización del tiempo, qué es el cuerpo sino la cristalización de la información, qué es el espíritu sino el cristal que se rompió, años atrás, al recibir un balonazo en el recreo.

Es por días como hoy que no comprendo la continuidad del tiempo, la mera existencia del alma, la clandestinidad de las palabras. No me pidan descifrar una novela, no me pidan entender el espíritu de las leyes, no me pidan que levante el ánimo de la cama y, como muñeco de ventrílocuo, le meta la mano por el culo y le haga sonreír para beneplácito de los asistentes. Hoy no, por favor.

Es por días como hoy -domingos, que les llaman- que detesto todos los días, a todas las personas, a todas las emociones. No me culpen si veo domingos en todas partes; en tu rostro cetrino, en tus manos blancas, en tus pezones anillados. No me culpen si siento a todos los días cargados de sopor dominguero; días de ocio y/o trabajo, días santos y/o de guardar, días señalados para «reventarme», aunque sea un globo ocular.

No se me busque en domingos, días como hoy, que mi espíritu prángano está embarrado en el arillo de la taza, derritiendo el hielo de los urinales compartidos, descansando en papeles de baño humedecidos de vergüenza. No me busquen en domingo, que el espíritu se me escapó en la noche de sábado.

Memorabilia

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Las últimas semanas (¿sumarán, ya, meses?) han estado llenas de sobresaltos. Ojalá tuviera la disciplina necesaria para relatar cada una de estas disimuladas alegrías y sutiles penurias; créanme que han sido días interesantes. Al menos para mí, claro. Así que…

I

Después de poco más de un año, volví a saber algo de Carlos. Y no sólo de él, sino también de una constelación de personas que otrora poblara mi exiguo cielo de primavera. No entraré en detalles de vidas ajenas. Me limitaré a marcar en un circulito rojo el desazón que provocó enterarme que mi antiguo superhéroe (ése que pretendía salvar al mundo en un outfit rutilante), ahora es un simple camello. Supongo que él es de aquellos entrepreneurs que han decido hacer de su placer un negocio. Qué más da ahora, si ni la palabra me dirige.

De la vida de Carlos -o, incluso, de todo Carlos en sí-, no hay mucho qué contar, salvo variaciones de lo mismo. Sigue siendo un buen tipo; uno que mantiene relaciones espeluznantes con las personas menos indicadas. Pero ¡ey! ¿En estos días quién no lo hace? Que tire el primer comentario quien esté libre de toda culpa.
Obviamente, no seré yo.

Al despedirnos lo miré, como hace tiempo no lo hacía. Alrededor de sus ojos se dibujan ya unas tenues patas de gallo; algunas canas asoman entre su pelo corto y negro; cuando sonríe se le dibujo otro rostro en el rosto. En ese momento lo supe: mi amigo ha envejecido, por fin tiene cuarenta años.

II

Mi prima -a quien apenas le llevo un año-, se casó el sábado pasado en Juchitán, Oaxaca. Casi toda la familia estuvo presente; aunque bueno, creo que eso no es una hazaña: apenas si somos menos de 20. Para la boda tuvimos que usar trajes típicos: las mujeres faldón, enagua, huipil y tocado de flores en el pelo; los hombres guayabera, pantalón negro y zapatos formales. Enumerar los momentos, trágicos, espirituales o jocosos (ya saben, con la familia no hay medias tintas), me tomaría mucho tiempo; más del que quiero dedicarle a este post. Así que será en otra ocasión. Pero bueno, para que les dé tantita envidia, les dejo una fotografía que tomé (la única de hecho). Ahí les va:

Boda Tradicional en Juchitán, Oaxaca

Boda Tradicional en Juchitán, Oaxaca

La fotografía la tomé durante el baile de los jarrones, tradición consistente en obtener un jarrón a cambio de darle dinero a los novios. Una vez obtenida la artesanía, se baila con él mientras dura la música; cuando ésta acaba, las mujeres corren con los novios y, a los pies de ellos, se azota el regalo hasta volverlo tepalcates. No me pregunten por qué, pero simplemente me encantó.

Tal vez, otro día, a otra hora, escriba la reseña completa. Tal vez sea envidioso y no lo haga. Ya dirá San Agustín y su mascota el tiempo.

III

He perdido la cuenta, pero ya llevo algunas semanas «sobrio»; es decir, sin medicamentos. He tenido numerosos achaques, pero la libertad que en este momento me invade es única (y aterradora). Supongo que bastó esa pequeña y estúpida alarma de tumor cerebral para ponerle un «hasta aquí» al asunto. Creo que si en cinco años no logré una mejoría permanente y notable, nunca lo conseguiré por esa vía. Así que: Chau chau Risperdal y compañía, nos veremos en el infierno.

Sin embargo, respecto a mi salud, no todo es tan liberador. Desde hace un par de meses me diagnosticaron no sé qué cosa rara en las rodillas (y ni quiero saber, neta), pero la cosa es que debo hacer ejercicios y bajar de peso. Pfff. A lo primero no le hago y lo segundo me está costando un huevo de pascua, pero ahí voy. Lo bueno de todo esto es que lentamente ropa que no me quedaba me está volviendo a quedar. Eso es suficiente motivo de alegría ¿no?… ¿NO?

IV

El viejo hábito compulsivo por escuchar una y otra vez la misma canción ha vuelto. Creo que si mis síntomas obsesivos se van a manifestar únicamente de esta forma, no habrá gran problema. El problema es si regresará mi vieja amiga, la compulsión. Eso sí no estaría nada lindo. Pero bueno, esperemos que me quede de obsesivo musical nada más. ¿Qué he escuchado? Ah, pues esto:

Ah. y esta:

V

Me gustaría escribir un web comic. No creo ser la mar de gracioso, pero como ejercicio creativo sería alentador. Al menos por una temporada, antes de que cayera al olvido y, ahhh, lo de siempre. Pero bueno, no me torturaré por ello. ¿Alguien quiere hacer un web comic? Hágalo, por favor. Prometo leerlo y, si me gusto, lo seguiré en mi reader.