El jardín de Epicuro

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el jardin de epicuro

Originally uploaded by lobaesteparia.

Lo sé, parece que a últimas fechas me he vuelto monotemático, que la misma idea consume mi cerebro calcinado de tanto abuso; pero sólo es apariencia. Lo juro. En realidad sucede que toda una constelación de ideas se ha materializado en un solo concepto: El Jardín de Epicuro.

Claro, no sorprenderá en absoluto que ese cúmulo de ideas son, en realidad, variaciones de lo mismo. La misma intranquilidad, la idéntica e intermitente esperanza, las distintas aristas del diamante de un miedo transparente.

Así como San Agustín afirmó que ya amaba amar aún antes de haber amado, yo puedo afirmar que ya buscaba este remanso específico antes de siquiera saber que en realidad lo buscaba. Es más, ya lo necesitaba antes de que me fuera total y absolutamente necesario.

Sin saberlo, he consumido mi vida en la búsqueda de este santuario. Le he llamado de mil maneras, lo he bebido en mil fuentes; lo he entrevisto entre sueños, lo he (re)conocido a través de palabras, lo he perdido teniéndolo a unas pisadas de alcanzarlo.

Me aterro -sí, me aterro a mí mismo- pensando que inconscientemente pienso que se encuentra a la vuelta de la esquina, en ese cambio de vida que se dejará venir en Agosto. Me aterro de pensarme ingenuo; me aterro de pensarme después al borde y decepcionado. Me aterro de pensar que existe tanto como de no pensarlo existente.

Por lo mientras lo encuentro en un guiño, en una sombra, de una hora muerta, en una caminata imprevista, en unos labios que abrazan, en una lectura que reconforta. Creo que sé dónde está ese jardincillo, creo que puedo escuchar la voz taciturna de Epicuro y sus amigos. Pero, de todas formas, no puedo entrar. No aún, no ahora.

Antonio Aret y la intolerancia

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Hace unas semanas, Antonio Arét abogó por la intolerancia. La defendió, dicen, frente a un coro de mujeres feministas con peinados de salón: cortes sofisticados y descentrados, muy a la Derridá. Ellas, que desde sus tacones bien altos se inclinan para abrazar la retórica del subalterno, no tomaron a bien sus pervertidas cavilaciones. Del coraje se les inyectaron los ojos de tolerancia, y, a través de sus pestañas enchinadas por las últimas teorías libertarias, le dedicaron una mirada de palabras aplaudidas de antemano. Fue un verdadero campo de batalla. Sólo se escuchaba desde las trincheras de la pena ajena el zumbido que hacían al volar las uñas de acrílico. Granadas fotocopiadas y políticamente correctas explotaron por aquí y  por allá. De las heridas en ambos bandos escurrían citas de marcadores amarillo chillante. Con comentarios al margen intentaban parar las hemorragias; con notas al pie se vendaban los egos sangrantes. ¡Qué brillantes las humanistas, qué atrevidos los argumentos, qué sagaces las respuestas! Y durante toda la batalla (que a unos les pareció fusilamiento) se bebió café orgánico. Qué honor compartir con todas ellas mis diez minutos quincenales de inteligencia. Ojalá Antonio Arét aprenda la lección: hay que apegarse a los lineamientos para ser un buen rebelde.

La rapsodia de Epicuro

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Cuando era pequeño, mi padre nos pedía ser lo que quisiéramos, pero ser los mejores en ello. No importaba si éramos barrenderos -decía-, siempre y cuando fuéramos los mejores. En la escuela nos pedían algo similar: trabajar duro para «ser alguien» en la vida. Tienes que ser alguien -decían-, ¡Alguien!, como si de principio no lo fuéramos, somo si lo que en ese momento éramos estuviera mal y tuviéramos que cambiarlo en pro de nosotros mismos. En la universidad también nos pedían ser «alguien», el mejor «alguien» que pudiéramos (claro, dentro de sus muy limitados parámetros). Nos exigían decidir quién queríamos ser y apegarnos a ello. «¡Tú decides!», era su propaganda. Recuerdo cuánto me encolerizaba leer esos carteles estúpidos pegados a todo lo largo de la universidad; supongo porque, para principio de cuentas, no sabía quién era yo y mucho menos quién quería ser. Para mí era mucho esfuerzo «estar» como para todavía, aparte, «ser». Qué años…

Ahora las cosas son un poco distintas. Bueno, mucho. Ahora mi padre me dice que no importa tanto lo que seamos como el disfrute que obtenga de serlo. Ya no le importa que seamos «los mejores», le importa que estemos a gusto en la tensión vital entre lo que quiero y puedo ser. En la universidad siguen diciendo las mismas mamadas, o incluso peores. Pero, ahora yo soy parte de la universidad, y lo que hago en clase y a la menor provocación es gritarles desesperado que, si no quieren estar ahí, que busquen en dónde si quieren estar. Y no se los grito como regaño, sino como alarma de despertador, para que no se pierdan en el sueño que me perdí de ser alguien. Ellos tienen papás con dinero, ellos pueden darse el lujo de tener un McJob y disfrutar de la vida por un par de años antes de hacer lo que se supone deberían hacer.

¿Y yo? Y yo trato de cumplir lo que digo, de decírmelo a mí mismo. A veces no funciona, a veces me pierdo en esta carrera estúpida por «ser alguien», cuando nunca seré más que lo que puedo ser. ¿Un canto a la mediocridad? No, un canto a la búsqueda de la paz. Un canto para abrir las puertas del Jardín de Epicuro.

Perdonen mis tres lectores la pésima calidad de este post. Pero hoy no quiero revisar lo que escribo. Hoy no quiero ver ortografías, semánticas, léxicos y demás mamadas. Hoy no reviso lo que escribo (de por sí difícilmente lo hago, hoy menos). Gracias. No sé por qué, pero gracias. De verdad, gracias.

Dejar Puebla…

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Mi días aquí están contados; o al menos lo están en mi cabeza. He dado las gracias de antemano en las tres universidades y me he ofrecido a ayudarles en la búsqueda de mi reemplazo. Con miras al futuro, he acordado con Adriana vivir juntos y compartir los gastos. También está la oferta de mi padre: mudarme a vivir con él y mi tía en lo que encuentro «algo» en qué ocuparme y mantenerme; y aunque le agradezco hondo el detalle, también lo rechazo profundamente: el propósito de emprender este viaje es viajar por mí mismo.

Llegaré al suelo que me vio nacer sin dinero, pero con muchas esperanzas. Me consuela pensar que es así y no de la manera opuesta; sería una catástrofe viajar con mucho dinero, pero sin ninguna esperanza… no sería un verdadero cambio, a lo sumo, cambiar por un acuario más grande. Y yo quiero pensar que este río desemboca al Mar. Sí, el Mar, con mayúscula; aunque ese Mar sea «la mar de problemas», como dicen los gachupines.

Dejar Puebla no será fácil. Para mal, para bien, para lo que sea, ésta ha sido mi casa por nueve años (¡Dios, nueve años!). Conozco sus calles y avenidas; le he encontrado atajos y nuevas caras; no hay forma ya de perderme en ella, aún y cuando a veces confunda los orientes con los ponientes y los nortes con los sures. Puebla ha sido mi casa; y ahora comienzo a despedirme de ella; una despedida atareada, de esas donde las personas realmente nunca ven sus lágrimas. Dejo amigos y escenarios de recuerdos, a mi familia y a un buen hombre que, dice, me seguirá queriendo a la distancia.

Ahora que lo pienso, dejar Puebla tal vez sea más difícil de lo que esperaba. Dejaré tanto que comienzo a sentir un nudo en la garganta. Pero: DON’T PANIC! La guía del viajero intergaláctico dice que en estas situaciones es mejor cerrar los ojos y dejarse llevar por la corriente. Quién sabe y a lo mejor nunca termino yéndome; quien mejor que yo para saber la estadística de la realización de mis planes…

Ay, dejar Puebla… y es que sólo quien nunca ha abandonado su lugar de origen sabe de las penurias de aquél que se ha vuelto nómada. Kafka decía de su pequeña Bohemia: «Mi prisión, mi fortaleza». Y eso ha sido Puebla, crisálida y trampa de osos a la vez. Nutrimento y jaula que impide el crecimiento. Dejar Puebla será abandonar casi una década; dejar Puebla será abandonar una parte de mi vida.

Pero, como dice mi abuela, ¡Arriba corazones! Que no dejo Puebla como resultado de una persecución ni como un viacrucis. Elijo dejar Puebla porque me dieron a elegir entre la vida y la somnolencia. Entre una vida en apariencia cómoda pero predecible, y otra que será puro albur y sorpresa. En Puebla, si miro bien las cosas, ya no tengo nada qué perder, porque lo que he ganado -y mira que lo he ganado a pulso- de nada sirve ya. A final de cuentas, si éste era todo el mundo para conocer, realmente nunca hubo mucho qué conocer.

Bien… pues estoy dejando Puebla. Procuraré retomar más esta pequeña herramienta de salud mental; a final de cuentas, este pequeño blog que comenzó a ser escrito aquí, a mis diecitantos años, me acompañará allá, casi una década después.

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I

Sin querer nos hemos topado; aquí, allá, en los jardines cúbicos de lo concreto, en el laberinto virtual. El mundo hoy se parece las cámaras hexagonales de Borges. Y si no te saludo, es por el temor y la incertidumbre que me genera la minucia de ignorar quién de los dos es el Minotauro en realidad. Yo, lo juro, deshilvano la madeja de un hilo; pero bien puede ser un autoengaño… not the first time, you said, because, you know, It’s so cold in Alska.

II

Mañana se acaba otra vez el mundo. Qué más da. Hoy bebo nepethes, hoy me bañé en el Leteo. Ya mañana, en el nuevo mundo, habrá agua del Nemosine para cuidar la resaca.

III

Mis rodillas duelen. Tendrán que operarme. No me importa, siempre he pensado que los bastones son sexys ;)