el jardin de epicuro
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Lo sé, parece que a últimas fechas me he vuelto monotemático, que la misma idea consume mi cerebro calcinado de tanto abuso; pero sólo es apariencia. Lo juro. En realidad sucede que toda una constelación de ideas se ha materializado en un solo concepto: El Jardín de Epicuro.
Claro, no sorprenderá en absoluto que ese cúmulo de ideas son, en realidad, variaciones de lo mismo. La misma intranquilidad, la idéntica e intermitente esperanza, las distintas aristas del diamante de un miedo transparente.
Así como San Agustín afirmó que ya amaba amar aún antes de haber amado, yo puedo afirmar que ya buscaba este remanso específico antes de siquiera saber que en realidad lo buscaba. Es más, ya lo necesitaba antes de que me fuera total y absolutamente necesario.
Sin saberlo, he consumido mi vida en la búsqueda de este santuario. Le he llamado de mil maneras, lo he bebido en mil fuentes; lo he entrevisto entre sueños, lo he (re)conocido a través de palabras, lo he perdido teniéndolo a unas pisadas de alcanzarlo.
Me aterro -sí, me aterro a mí mismo- pensando que inconscientemente pienso que se encuentra a la vuelta de la esquina, en ese cambio de vida que se dejará venir en Agosto. Me aterro de pensarme ingenuo; me aterro de pensarme después al borde y decepcionado. Me aterro de pensar que existe tanto como de no pensarlo existente.
Por lo mientras lo encuentro en un guiño, en una sombra, de una hora muerta, en una caminata imprevista, en unos labios que abrazan, en una lectura que reconforta. Creo que sé dónde está ese jardincillo, creo que puedo escuchar la voz taciturna de Epicuro y sus amigos. Pero, de todas formas, no puedo entrar. No aún, no ahora.