De ser taza de café

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Originally uploaded by gabo_.

Si reencarno en objeto, será en una taza; una taza de café.  Tal vez estaré despostillado de una orilla y sea sinónimo de mañanas y ajetreos, tardes y confidencias, noches y esperanzas -muchas de ellas, tal vez, fatuas. No seré de esas tazas que sólo se usan para despertar o para curar un dolor de estómago; seré taza de cafetería, anónima, parecida a tantas otras, que reposa callada sólo unos minutos. Seré taza de café americano, y sabré mucho de quien me toma, porque seré buen observador. Si al beberme hace gestos, sabré que es un catador, que los lunes se prepara una prensa y bebe despacio; sabré que la comida es premio y castigo, y que este café barato es casi veneno en sus labios. Si me toma caliente como el infierno y negro como la noche, sabré que es una mujer menudita, de lentes y tatuajes, que captura las miradas. Si me agrega crema en polvo y azúcar, sabré que viene acompañada y que es viernes, que éste es el preámbulo para una noche de insomnio forzado, de risas y silencios, de caminatas a las cinco de la mañana. Si me pone Splenda, sabré que es casi un desconocido, pero temblaré nervioso y esperaré que el café no termine; nunca. Seré una taza de café dichosa si ell*s me beben.

Del Spleen

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Originally uploaded by *melkor*.

I

Hubo un momento en el que no quise saber de nada, ni de nadie. Me alejé del bullicio torpemente, chocando una y otra vez, sin mirarlos a los ojos. Encontré un callejoncito dentro del bar, un pequeño refugio de indiferencia. Miré la calle como si nunca la hubiera visto; la miré como si fuera la primera en existir después de mucho tiempo de vacío. Necesitaba sorprenderme, creer con desesperación de doliente que el mundo se seguía inventando, que no se había dicho la última palabra. Porque si todo ya fue escrito, entonces nunca hubo mucho de qué escribir.

II

Me sorprendí; pero no fue una sorpresa agradable. Me sorprendí dándole la espalda al mundo. Me asusté, como deben asustarse los barcos la primera vez que sueltan amarras. Vi alejarse el muelle; pero no quise hacer nada al respecto: me desconocí. En el desconocimiento me encontré, y me encontré mejor; pero me encontré dividido, como un espejo roto. El problema no fue la duplicidad -la multiplicidad- sino el desconocimiento entre los reflejos y el ser en sí. ¿Quién de todos era el auténtico?… ninguno/todos.

III

La paranoía. Por primera vez sentí pánico escénico; terror escénico. No era el miedo a olvidar el papel, sino a confundirme entre ellos. ¿Quién debía hablar ahora? ¿Cuál línea le seguía al pie? ¿Ese guión subrayado era el mío o el de alguien más?.. y sabía que él me miraba; pero él era una moneda. Águila o cruz. Debía escoger una. Pero él giraba, giraba como un trompo; a ratos águila, a ratos cruz. Un error serí fatal; descubrí que ya no sé jugar a los volados. Sonreí: elegí no elegir. Abdiqué antes de poseer el reino.

 

IV

El spleen. La ciudad a las siete de la mañana es peligrosa, invita a perderte. Tuve que decidir entre ser Ulises o uno de sus naúfragos: cera en los oídos o amarrarse al mástil. Pero la desición era simple. Las alas de Ícaro también eran de cera -pensé- y no llegó lejos; los naúfragos, tampoco. Ulises, en cambio, alcanzó a sacrificar por varios años bueyes para hacer las paces con Poseidón. El truco no es evitar escucharlas, ni tampoco arrojarse sin provisiones. No, el truco es escucharlas amarrado a un mástil; aunque sea endeble, aunque sea de plástico. Sujeté las correas al volante y derivé por la angelópolis (que me pareció más detestable que nunca: como cualquier otro lugar en el mundo). Supe entonces -porque antes lo suponía- que vivía en el spleen. Ahora: la decadencia.

De lo innentendible

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En realidad nunca voló
Originally uploaded by Cobayo.

Cuando Marco alguna vez me dijo que la comunicación era un hecho imposible asentí únicamente porque me agradó la retórica de su proposición, la poética -si se quiere- oscura, maldita, de la vida en el spleen. Confieso que reduje -en aquel momento- el concepto al mero palabreo, ya sea escrito u oral, y dejé fuera la amplitud del término. Imaginar que salían palabras de nuestras bocas, como en un cartón de comic, y que ninguno de los interlocutores las entendía me pareció gracioso. Pero en el fondo no le creí.

Pero ahora le creo. Comunicarnos -realmente hacerlo- es un hecho imposible. Me hace pensar en lo que decía la Filósofa -mucho antes de What the bleep do we know?-: «Es imposible tocarnos, lo muestra la física cuántica, las partículas nunca entran en contacto, siempre hay vacío entre nosotros». Lo mismo pasa en la comunicación: nunca nos entendemos; nos adivinamos, nos suponemos, pero nunca nos entendemos.

El arte de interpretar al otr* es un arte fallido. Mira que uno hace las cosas de tal forma que le parecen unívocas, sin prestarse a «malas interpretaciones»; y mira que terminan siendo equívocas, polisémicas y reinterpretables. Poner las cosas en claro no basta, es palabreo. Las inferencias que se suceden al hecho son cosa interna, cosa invisble, cosa que ninguno puede expresar. Estamos condenados, tras la caída de Babel, a vivir en el cogitans descartiano: apartados del mundo, seguros únicamente de que nosotros existimos gracias al acto de pensar, el cual, expresado a través de la duda, nos refiere que es imposible no dudar. Estamos atrapados en nosotros mismos y sin posibilidades de darnos a entender.

Ahora, supongo, lo entiendo. Entiendo lo que quiso decirme Marco. Que me agrade ahora o no es otro boleto; las cosas parecen ser así. Y no importa lo mal o bien que aquí me haya expresado, sé que de todas formas será innentendible.

Bésame, no soy guapo

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Bésame; no soy guapo
Originally uploaded by Cobayo.

 

De la belleza no sé nada, como de muchas otras cosas. Porque conocer un poco es peor que ignorarlo por completo. Mira que nos decimos tuertos en un país de ciegos cuando nos faltan cualidades y nos sobran carnes. No, Manflora, no sabemos nada de la belleza porque sólo conocemos un poco. Mira que lo reconocemos: tenemos patrones fijos y estables, i-nal-te-ra-bles. Estamos condenados a ellos. Y en mirar se nos pasa la noche. Mira que hay gente que se nos acerca, que nos pide el encendedor, que se nos arrima. Pero -nosotros, de estética cerrada, de claustro, de asfixia- nos recorremos, corremos. No sé cuándo aprenderemos a aflojar un poco, a cerrar los ojos y decir que pa’ pronto es luego. ¿Cuándo bajaremos nuestros estándares? Porque mientras ellos no caigan, nuestro pantalones seguirán arriba.

De cómo sólo le di una fumadita

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Sólo le di una fumadita
Originally uploaded by Cobayo.

Las cosas ya no son como eran antes. Reponerme de un momento de disipación cobró días y ánimos. Recuerdo -palabra recursiva, acción neurótica- que antes -antes, realmente antes- reponerme era cuestión de momentos; horas, tal vez. Pero ahora… ahora fueron días: días miserables, una especie de dejà vu.

Tengo que reconocerlo: la diversiones de antes son sólo los recuerdos presentes. Destrocé mi química a tal grado -de por sí, endeble- que ahora regresar a la «normalidad» -o, por lo menos, a la cotidianeidad- requiere de un esfuerzo sobrehumano y una alta capacidad para evadir mis pensamientos.

Sencillo: cambiar de curso. ¿Pero cambiar de curso no nos vuelve extraños a nosotros mismos? Por más nímio que sea el hábito -perder las llaves todos los días, levantarse con el pie izquierdo, dormir de lado- no dice algo del habituado. Perder un vicio -o un hábito, si se quiere- ¿no es también perder un poco de nosotros?

Pero ya Elizabeth Bishop lo dijo: «El arte de perder no es difícil de dominar». Perder… perder cada día un poco. Creo que nos hemos terminado por acostumbrar. Bien, que así siga; aquí seguiré hasta que no tenga nada más que perder.

De la curiosidad (¡Muerte al gato!)

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etero_curioso
Originally uploaded by mostacho.

«La curiosidad mató al gato», dicen las buenas consciencias. Pero el gato tiene siete vidas. Cuántas ha muerto el gato, lo ignoro; pero estoy dispuesto a que muera más. Mira que para eso está el gato, que su vida no tiene otro fin. Porque cuando me pregunté /cómo besabas/qué se sentía rozar tus labios/ cómo amaba una mujer / estuve dispuesto -sin saberlo, siempre sin saberlo- a dejar morir al gato. ¡O peor! A matarlo yo mismo. Y juntos matamos al gato. Tú y yo. Ella y yo. La Manflora y yo. Matamos al gato.

Del gato no quedó nada. Un miau, tal vez. Un miau que escuché la primera vez que… la primera vez de las primeras veces. Ese miau infinito que marcó mi alma, que me condenó a volverlo escuchar; a escuchar cómo expira, a sentir cómo se vuelve blando, a saber que sólo matando al gato se sacía la curiosidad malsana.

Ahora el gato maulla. Maulla fuerte. Me dice, burlón (el muy pendejo): a que no dejas que te la metan / a que no te vuelves a enamorar / a que no te l* llevas a la cama / a que te vuelves a caer. Y le digo pendejo, porque gato: tú no sabes, tú no sabes de los otros gatos que Ella, que Él, que Nosotros… de todos los gatos que han muerto.

Ven mínino, déjame acariciarte. Ven, que te queda poco tiempo antes de que mis tobillos recaigan en unos hombros, que vuelva a explorar los rincones de una falda, que me atreva a… me atreva a matarte.

De los viernes

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Fin de fiesta
Originally uploaded by Cobayo.

Si el mundo se ha de acabar, acabará en un viernes. Nos sorprenderá, a ella y a mí, regresando a casa y dejando el bullicio atrás, con el mismo hartazgo de quien deja las drogas, con la levedad trágica de quien olvida dar un recado importante y, tal vez, con la sonrisa de quien después de mucho tiempo, ha tenido sexo. Así no agarrará el final del mundo, caminando, chanceando, con ganas de orinar y la sensación de que la noche puede alargarse hasta el infinito si uno de los dos no decide ponerle fin al otro.

Será un fin de fiesta. «¡Adiós sodomía, adiós incesto, adiós sexo de descarga!». ¿Quién se encargará de mirarle la bragueta a Dios cuando no estemos? ¿Y quién seducirá a la virgen María? ¡Y quién enggoradará a la palomita transfigurada para comerla en navidad! Nadie, porque ni ella, ni yo, estaremos para entregarnos a la molicie y la blasfemia.

Recuerdo una noche inverosímil. Dábamos tumbos, borrachos, hermanados de confidencias y tomando en cuenta que al otro día habría que ponerse serios. Dábamos tumbos; sonrientes, tarados, tumbos tontos, como lo sugiere la misma palabra. Rebotábamos avenidas y calles de circulación nimia, gritábamos impertinencias y desviábamos la mirada a piernas de minifalda y barbas que, gustosas, se mojaban de cerveza.

El infierno es un minisúper atendido por adolescentes. Entramos fingiendo seriedad; después demencia. Escogimos por colores, por antojo, por el método del absurdo. Y después de mirar el tiempo retroceder en el microondas, nos apeamos a pagar.

-¿Cuánto es? -pregunté.
-Veintitantos -dijo el demonio pubescente.
-Pensé que el ebrio era yo -dije, soltando un billete.

Recuerdo otra noche (¿La recuerdas tú, manflorita?). Sentados sobre el cemento, asfixiándonos en el humo blanco y bebiendo cerveza quemadas, divisamos la reencarnación de Pedro Infante. No lo niego: sólo pude pensar en sus tobillos sobre mis hombros. A eso le siguió una comedia de situaciones que terminó, felizmente -¡Ja!- en él tomado de mi mano y susurrándome cosas lindas. ¿Y qué hiciste tú? Reír, mirarme; ya veías venir el final, ya sabía que sus tobillos nunca alcanzarían mis hombros. Pero no reíste. Sólo me miraste y aceptaste hablar con él, que apenas si podía. Cruz, se hacía llamar. Trabajaba en la volcsvaguen y era un completo imbécil; de esos que te toman de la mano, de esos que te dicen cosas lindas al oído, de esos que tú y yo conocemos. Tuvimos que escapar. Pero fue divertido dejarlo a merced de los otros, de esos que no cejarían en su intento de llevarlo a la cama. Ilusos, él buscaba el amor, y nadie estaba dispuesto a dárselo. Pero quién le mande buscar vid en un huerto de manzanas.

Una noche más, sólo una. Aún podíamos fumar dentro ¿lo recuerdas? Y aún nos interesaba la gente. Estábamos en una esquina, cazando canciones, mirando de reojo y -por qué no- dejándonos ver. Entonces hubo fuego cruzado. El loco y el de barba. Ambos parecían mirarnos ¿lo recuerdas; recuerdas sus ojos, negros, tontos, indiferentes pero suplicantes? Tú me animabas, me decías, me explicabas; y yo no entendía, mordía la trenza, me ocultaba detrás de mi sonrisa asimétrica. Sin embargo, decidí. Tú bebías «Turquesa», yo cobraba valor sujetándome los huevos (aunque fuera metafóricamente) y ¡Zaz! Malas elecciones, malos resultados. ¡Quién diría que uno era el otro y el otro era el uno! El loco terminó siendo el loco, aunque no lo pareciera; y el otro se indignó. Bien, qué mal terminó. Pero, aún así, reímos; de mí, conmigo y a pesar de mí. No me niegues, Manflora, que no nos divertimos. Con mis traspiés que ya son épicos y que sólo tú los sabes -sabías-, con mi inseguridad, mi distimia, mis ganas de todo y de nada.

Y será una de esas noches cuando termine el mundo. Veremos el cielo iluminarse, escucharemos gritos que no provienen de ningún lado y después un trompeta que suena desde el cielo. Y luego ser hará el silencio. Un silencio hondo -tal vez lo rompamos con una indiscreción, con una impertinencia. Y, en un momento solemne, todos comenzaremos a aplaudir y caminaremos a la puerta más cercana. La partida habrá terminado y, por fin, será Fin de fiesta.