de los nuevos albores

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Con tristeza observamos el amanecer a través de su ventana. Desconfiábamos de la aurora; ningún albor de nuevo día podría sacarnos de la inercia de años. Nos propusimos dejar de pensar en el futuro, como quien abandona un mal hábito. Enfrascarnos en el presente y su tópico más grande: la supervivencia.

–Nada le debemos a la vida –pronunció, quedo, Mauricio–, y, por consiguiente, ninguna deuda tiene ella con nosotros.

            Habíamos pasado la noche entera en vela; los discos se habían terminado, pero aún  nos quedaba cerveza en la mesa. Adriana recargó la cabeza sobre el hombro de Mauricio y cerró los ojos por un momento. En su mente tarareaba una canción de Nirvana sin llegar a recordar el nombre o la letra, pero la tonada era persistente, como el olor a cigarro.

            Me levanté al baño, pensando en todos los años botados a la basura. Tiempos lejanos en los que algún orientador vocacional nos había pedido visualizarnos en cinco o diez años. De qué había servido toda esa mierda psicologicista si terminaríamos de la forma en que lo habíamos hecho.

            Al regresar, Adriana y Mauricio se besaban, como lo habían hecho años antes, cuando aún eran novios. Tomé una cerveza y me dirigí a la ventana. Amanecía domingo y las palomas de la cornisa de enfrente comenzaban a despertar de su sueño. Busqué algo qué aventarles para dispersarlas, pero nada había a la mano. Las dejé despertar, lentas, taradas, inconscientes.

De los patrocinios

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Lidiar con dueños de franquicias, vía telefónica, es una de esas cosas que preferiría eliminar de mi nueva vida. Algunos se muestran -o por lo menos fingen- estar interesados en el proyecto, pero hay otros que, de muy mala gana, te piden ordenan que les envíes la información a su correo electrónico, cuando no llevas ni un minuto hablando con ellos. Claro, cuando puedes hablar con ellos; la mayoría de las veces te mandan con sus asistentes o con el director de mercadotecnia -si lo tienen-, quienes toman nota (a veces) y luego se lo comentan a ellos. Hasta ahora el marcador va: Cobayo 0 – Franquiciatarios 1. Pedí, como patrocinio, unas cuantas latas de pintura y hoy es el día en que se siguen haciéndose weyes respecto a darme una respuesta afirmativa o negativa. Esto de pedir patrocinios es un asco, pero como dicen the show must go on. Mañana seguiré tocando puertas telefónicas, rogando por una escucha atenta y un bolsillo prodigioso.

De los viernes

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Yo no sé si sea lo mejor para mí acabar ebrio al punto del vómito todos los viernes en bares de mala muerte. Pero a final de cuentas sigo sin saber qué es lo mejor para mí. Perderme en los excesos ha sido una desconcertante manera de encontrar alivio a la tensión semanal. Ahora, que tengo salmonela y una prohibición de beber alcohol no sé qué haga. Embrutecerse de café no funciona y mi acceso a drogas por el momento se ha visto severamente reducido. ¿Meteré la cabeza al horno? ¿Me pondré en el encendedor en la nariz? ¿Qué diablos haré el viernes?