En la preparatoria no le encontré sentido al castigo. Es más, me parecía injusto: ambos seguían unidos a pesar de todo, a diferencia de aquellos a quienes partían por la mitad o a los que sumergían en fuego líquido. ¿Qué tenía de sufrimiento eterno estar atrapado en un remolino, en un tornado insípido? Claro, era una metáfora. Incluso con mi limitada capacidad para la poética podía comprenderlo. (Ahora dudo si será una alegoría; mi incapacidad se mantiene intacta). Dante había decido castigar a los amantes italianos por excelencia; no por su amor ilícito, sino por la violencia de su pasión. Sea: que los corazones ardientes ardan en el infierno; no me importa.
Sin embargo, ahora (qué tiempo más raro: ahora), justo ahora que debería tener los pies plantados en el suelo me siento girar sin eje alguno en ese remolino. Otro tornado, embudo de viento, se me viene a la cabeza: el Mago de Oz. Pienso en Dorita y Toto; pienso en la caricatura japonesa que seguí capítulo a capítulo, repetición a repetición, con la atención dispersa de un niño que no pasaba de los cinco años. Sí, pienso en ese remolino: la casa que se pierde de los cimientos; Dorita agachada, llamado a Toto histérica bajo la cama; las líneas moradas, el zumbar del viento; la vaca volando fuera de la ventana. Lo recuerdo todo (o es todo lo que recuerdo; no sé). Y una escena que me azora: Dorita durmiendo sobre la cama, mientras todo gira, mientras el mundo afuera se destruye poco a poco. No sé por qué, pero me perturba tanto como el cuadro de Doré.
Bien, yo también estoy en un remolino; al igual que Francesca y Paolo me estrello contra las piedras afiladas que delimitan el abismo; pero a diferencia de ellos yo viajo solo: me abrazo a mí mismo (y me faltan brazos para sentirme sujeto). Y también, como Dorita, estoy aterrado; y al igual que ella duermo mientras el mundo se desmorona. O parece desmoronarse. (A últimas fechas esa idea de la realidad y la apariencia me obsesiona; mal por mí, bien por Derridá -al que no entiendo). Como sea, me siento montado en el vertigo, al igual que lo haría en un potro mecánico sin correas: ni siquiera tengo de donde sujetarme: resbalo. ¡Sí, es eso! Resbalo. Pero no como nos lo sugiera la cadencia de la palabra (pienso siempre en una resbaladilla -asociación tonta). Resbalo como cuando uno pisa un jitomate, como en las caricaturas al pasar sobre una cáscara de plátano (banana en el reino animado).
Resbalar es la súbita toma de conciencia de que se está a punto de caer. Es el terror, es el vértigo. La caída es la ausencia de conciencia, es la suspensión del yo; es caer y sólo eso: sin pensar, sin que tu vida pase frente a tus ojos, sin nada: caer es caer. Pero resbalar… por lo general cuando nos resbalamos todo pasa demasiado rápido. Creemos que la toma de conciencia sucede en el piso, acompañada de la vergüenza. No. Si estuvieras resbalándote como lo estoy haciendo ahora (lento, como paladeándolo -¿Quién más paladearía un queso podrido?) te daría cuenta que estás tomando consciencia de todo lo que es inevitable: el tiempo, la muerte, el cambio, la fugacidad: sinónimos todos de la caída. Francesco y Paola, Dorita y Toto, ellos también estaban resbalándose; no caían, resbalaban (por eso Dorita y Alicia son personajes diametralmente opuestos, inexplicables la una para la otra).
Resbalar. Nadie resbala, todos resbalamos. Vean cómo la misma palabra integra la partícula que representa nuestro yo: mos. Resbala-mos. Estamos ahí, como mos está en la palabra; nuestro yo, la conciencia, está ahí. Caso opuesto a caer. Yo caigo. El «yo» está separado: no existe en la palabra: perder el yo es caer. Y yo no estoy cayendo (como Alicia), sino resbalando. Y ahora caigo en otro asunto: Serpientes y escaleras. Cuando uno alcanza la casilla marcada con la cabeza de una serpiente uno resbala. No cae. Porque cuando caes de una altura considerable, mueres; cuando resbalas, por lo general, caes desde tu propia altura. Resbalar no es aventarse (otra palabra con el «yo» integrado, esta vez, supongo, por la voluntad), resbalar es tomar conciencia de que se está por caer: y que es inevitable.
Por eso es castigo estar sumidos en el remolino; porque es un resbalar eterno: es caer en cuenta del pecado, es vivir con el pecado (cuando en vida se vivió en pecado): el castigo es la consciencia. Por eso no caen, ni nunca podrán hacerlo (claro, de repente hablo como si el infierno existiera; como si el pecado fuera algo más que retórica bien semantizada). Y en el caso de Dorita y Toto es el paso previo a caer, es la toma de conciencia de lo inevitable, que en la caricatura era haber caído sobre la bruja, matarla. ¿Hay algo más inevitable que la muerte?…
Qué alivio, estoy resbalando.