De los eclipses

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Para los antiguos nahuas los eclipses eran producto del desequilibrio entre las fuerzas cósmicas. Representaban la batalla entre Huitzilopochtli y la diosa Coyolxauhqui. Una mujer embarazada podría dar a luz un hijo con labio leporino si era expuesta y no tomaba las debidas precuaciones, como poner un pedernal negro en su vientre. En otras culturas prehispánicas los eclipses representaban el viejo mito del jaguar devorando la luna. Significados como renovación o transción eran comunmente asociados a estos fenómenos. Según Eduardo Matos, la fundación de Tenochtitlan obedeció a la aparición de un eclipse en 1325; una señal divina enviada a los peregrinos de Aztlan.

Por ahí de la década de los noventas sucedió un eclipse solar, fue el fenómeno del momento. Recuerdo perfectamente que hasta en mi comic de las Tortugas Ninja se hacía alución al fenómeno, previniendo a los lectores de no mirarlo directamente (realmente era fan de esos queloneos mutantes). Mi tía, que por aquellos tiempos estaba embarazada de mi prima menor, cargó todo el día con unas tijeras para prevenirse del «mal del eclipse»; acción que la hizo acredora a un sin fin de burlas. Sin embargo, con todo y la prevención de las tijeras, mi prima nació con una variante del labio leporino.

También recuerdo ese día porque mi padre -sin querer- me dio un portazo en la cara. La perilla de la puerta del departamento se estrelló contra mi frente mientras corría frenético rumbo a mi cuarto desde la cocina, producto del tan ansiado fenómeno. El dolor y el chichón fueron lo suficientemente grandes como para que a mis casi veinticinco años lo siga recordando como un hecho embarazozo (mi padre siempre me echó la culpa).

Mi ex-terapeuta afirmaba que los fenómenos lunares afectaban la conducta de las personas. Nunca le hice demasiado caso; sus firmes creencias new-age combinadas con la psicoterpia Gestalt la desacreditaban totalmente ante a mia ojos. Sin embargo, recuerdo que durante una visita al psiquiátrico local (donde fui paciente) nos comentaron que durante la luna llena los enfermos estaban más inquietos que en cualquier otro día. Un profesor de física en la prepa achacaba este fenómeno a que el cuerpo humano está compuesto prácticamente por agua.

Hoy sucedió un eclipse lunar. Lo observé detenidamente, hasta que el frío me obligó a descender de la azotea. Tomé unas cuantas fotografías que posteo aquí abajito. No sé si fue la luna, el estrés o el ovni moribundo, pero mi estado de ánimo previo al eclipse se transfomó mientras el jaguar devoraba la luna, tiñéndola de vino. Todo el rencor y la ira que sentía se desvaneció conforme la sombra de la tierra proyectada sobre el satélite fue avanzando.

¿Mi ira estaba ligada al proceso lunar, o fue una mera coincidencia? No lo sé, pero sé que algo ocurrió. En fin, les dejo una fotito.

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De las estaciones emocionales

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Mi mente se encuentra dilatada de tantos recuerdos. Ya no sólo en lo tocante a Edmundo, sino al pasado en general. ¡Qué privilegio mirar los hechos con el tiempo ahora de mi lado! No pretendo detenerme demasiado tiempo en la contemplación de lo perdido de antemano (sólo vivo para recordar, decía Santa), pero el espectáculo es increible. El recuerdo de una adolescencia angustiada me arroba por completo. Mis pininos en la edad adulta me divierten al tiempo que me llenan de nostalgia. Una especie de otoño emocional se ha asentado en mi espíritu. Me preparo para el invierno, con la esperanza de que la primavera retoñe nuevos placeres.

De la cuestión edmundiana

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Quiero achacarle a la súbita partida de Teresa el torrente de recuerdos que han regresado a mí de maneras insospechadas. Volver a (re)pensar en Edmundo ha sido una experiencia a la vez aterradora y fascinante. Hace menos de un año que perdí toda comunicación con él y me parece increible que vuelva a ocupar un lugar privilegiado en mi mente. Si he amado a alguien, ha sido a Teresa y a Edmundo; en ese orden, tanto de tiempo como de importancia.

Por mucho tiempo la cuestión edmundiana fue un tema tabú. Pero ahora se ha convertido en un fuerte tópico de discusión dentro de mis soliloquios emocionales. Cuestiono severamente si el resentimiento que le guardo es una mera cuestión de ego herido o una respuesta visceral ante un maltrato. Me hubiera gustado escuchar su versión de la historia, pero nunca encontré la disposición en él para contarla.

Nuestre relación se podría esquematizar en dos tiempos:

Tiempo A: cuando él sentía algo genuino por mí.
Tiempo B: cuando él dejó de sentir por mí lo que sentía.

Yo transité del tiempo A al B en un cressendo (creo que lo escribí mal) que culminó en desastre. La receta perfecta para un corazón roto. Aunque, por lo que he oído, mi (nuestra) historia es tan común en las relaciones entre hombres como el sexo oral entre desconocidos.

A estas alturas del partido cualquier reclamo está fuera de lugar, pero me creo con todo el derecho de elegir a quién quiero dentro de mi vida y a quién no. Pero no por ello pierdo la curiosidad por saber si él sigue con su pareja, si le va bien en el trabajo o si alguna vez piensa en mí. Aunque, claro, no estoy dispuesto a averiguarlo; me sienta bien no verlo, así como también no saber nada de él. Hubiera preferido que las cosas terminaran de manera diferente, pero no se puede tenerlo todo en vida.

No sé cómo reaccionaré cuando inevitablemente nos topemos de frente. Pero por el momento no quiero pensar en ello. El costo de la paz mental muchas veces es la ignorancia. Y prefiero que las cosas se queden así, en simples recuerdos, antes de tener que volver a vivir el pasado.

De las Chicas Terremoto

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Érase una vez en Perú…

Créanlo o no, la Tigresa del Oriente tiene descendencia, aunque sólo sea putativa. Se trata nada más ni nada menos que de las «Chicas Terremoto»: Giovana y Zelinda, quienes acompañadas por el ballet oficial de Pollo Campero (El KFC sudamericano) sacuden la escena del folklore peruano. Ambas -inteligentes chicas ellas- compusieron una bonita canción para que toda mujercita preñada pueda dedicársela a su futuro -e incauto- padre. He aquí su single «Viva el amor» ¡Maravíllense con ellas!

¿Cómo les quedó el ojo? Este par de peruanitas saben moverse ¿o qué? Con sus sensuales y arrítmicos pasos de baile demuestran su sensibilidad hacia temas que a nuestra orgullosa -y pedante- derecha le encantan ¡Viva la familia! El condón es para maricas, lo de hoy es contraer sífilis y tener un hijo a los dieciseis (la familia Spears, dixit). Vaya muchachitas de onda. Ámenlas como yo las amo (pero no tanto como a la Tigresa de Oriente)